De forma clásica, el empeoramiento del dolor articular se ha asociado a un temporal frío y lluvioso. Según estudios científicos, Los días húmedos y ventosos con baja presión atmosférica aumentan la probabilidad de experimentar más dolor de lo normal en pacientes con gota/lupus en aproximadamente un 20 %. Contrario a lo que se suele pensar, son los cambios en la presión barométrica lo que más podría afectar a las articulaciones, no tanto la humedad, la lluvia y la temperatura más baja de lo normal. Las bajas presiones barométricas pueden hacer que los tejidos alrededor de las articulaciones se hinchen, lo que a su vez aumenta la presión dentro de las articulaciones afectadas, exacerbando el dolor y la inflamación.
La pregunta que nos atañe es la siguiente: ¿y las temperaturas altas? Aunque parezca contra intuitivo, el calor extremo también puede aumentar el dolor articular. Estudios ya citados afirman que, ante temperaturas altas, existe un 40 % más de riesgo de ataque de gota en comparación con temperaturas moderadas. Otra investigación publicada en 2020 por la Arthritis & Rheumatology reveló que el aumento de la temperatura se asocia de forma estrecha con molestias articulares, erupciones cutáneas e inflamación de la membrana que rodea el corazón y los pulmones en personas con lupus.
Posibles explicaciones a este fenómeno
Tal y como hemos visto en líneas previas, parece que tanto los cambios en la presión barométrica como las temperaturas extremas (ya sean frías o cálidas) pueden empeorar la sintomatología de cuadros como la gota, la artritis reumatoide o el lupus. En el siguiente listado, se exponen algunas de las potenciales explicaciones a este fenómeno:
- Deshidratación: la sudoración excesiva durante el verano aumenta el riesgo de deshidratación, sobre todo si se lleva a cabo actividad física intensa durante las horas más calurosas del día. La falta de líquido en el cuerpo puede disminuir la lubricación del entorno articular, provocando así más roce, rigidez y malestar.
- Cambios en la presión atmosférica: aunque en invierno estas fluctuaciones suelen ser más evidentes, también ocurren en verano. Las personas especialmente sensibles pueden llegar a notarlo también en las épocas más cálidas del año.
- Aumento de la actividad física: en verano, los seres humanos tendemos a salir más de casa, con todo lo que ello conlleva. Suelen tener lugar más salidas al campo, más ejercicio físico o simplemente una mayor proclividad al caminar durante un viaje turístico. Todo esto hace que el aparato locomotor se utilice más y, en personas con enfermedades previas, las articulaciones se puedan resentir.
- Calor, humedad e inflamación: la humedad alta puede provocar que los tejidos alrededor de las articulaciones se hinchen más, lo que en ocasiones incrementa la rigidez y limitación del movimiento. El calor extremo también puede incrementar la hinchazón e inflamación local, exacerbando aún más los síntomas.
- Problemas circulatorios: el calor provoca la dilatación de los vasos sanguíneos del organismo, lo que puede hacer que la sangre se acumule en las extremidades inferiores y dificulte su retorno al corazón. En ocasiones, esto se traduce en hinchazón de las piernas, lo cual también puede afectar a articulaciones como la rodilla.
¿Qué hacer?
El primer paso para evitar el dolor articular en verano es mantener una buena hidratación. Beber suficiente agua ayuda a conservar el líquido sinovial que amortigua y protege las articulaciones, lo que evita muchos problemas en primera instancia para personas con enfermedades musculoesqueléticas. También es recomendable evitar la exposición prolongada al sol y al calor extremo, ya que las altas temperaturas pueden aumentar la inflamación y favorecer la retención de líquidos, lo que podría generar hinchazón y malestar articular, tal y como hemos mencionado en líneas previas.
Además, conviene realizar actividad física moderada y regular, como caminar, nadar o hacer ejercicios en el agua, que fortalecen los músculos sin forzar las articulaciones. Es fundamental calentar antes del ejercicio y evitar movimientos bruscos o excesivos. Usar ropa cómoda, calzado adecuado y descansar en lugares frescos también puede ayudar a reducir el riesgo de dolor. Aun así, si padeces una enfermedad articular diagnosticada, es aconsejable que busques el tratamiento médico indicado y consultes al especialista ante cualquier empeoramiento de los síntomas.
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