Causas del dolor de pierna
El dolor en las piernas es un síntoma que tiene muchas causas posibles, si bien la mayoría de los casos se explican por el desgaste natural de las articulaciones asociado a la vejez, o al sobreúso (ya sea por ejercicio, esfuerzo ocupacional y más). En las siguientes líneas, mostramos algunos de los desencadenantes más habituales, agrupados por su origen:
Lesiones:
- Fracturas.
- Esguinces.
- Distensiones musculares.
- Luxaciones.
- Tendinitis.
- Bursitis.
- Rotura de menisco.
- Lesión del ligamento cruzado anterior (LCA).
- Síndrome compartimental crónico por ejercicio.
Enfermedades cardiovasculares:
- Enfermedad arterial periférica (EAP).
- Insuficiencia cardiaca.
- Varices.
- Trombosis venosa profunda (TVP).
- Tromboflebitis.
- Claudicación.
Enfermedades óseas:
- Espondilitis anquilosante.
- Osteonecrosis (muerte del tejido óseo).
- Osteoporosis.
- Osteopenia.
- Enfermedad de Paget.
- Enfermedad de Blount.
Causas infecciosas:
- Osteomielitis.
- Celulitis.
- Infecciones en tejidos blandos.
- Artritis séptica.
Patologías nerviosas:
- Hernia discal.
- Neuropatía periférica.
- Estenosis espinal.
- Ciática.
Además de las causas mencionadas, el dolor de pierna puede tener otros orígenes menos comunes pero clínicamente relevantes. Entre las causas reumatológicas se encuentran el lupus eritematoso sistémico, la artritis reumatoide y la vasculitis, que pueden inflamar articulaciones o vasos sanguíneos. También existen causas metabólicas como la gota y la diabetes mellitus, que puede generar dolor por acumulación de cristales o daño nervioso (neuropatía diabética). Factores ortopédicos como alteraciones en la biomecánica del pie (pie plano o cavo) o dismetrías en la longitud de las piernas pueden provocar molestias crónicas. Asimismo, ciertas neoplasias óseas o metastásicas pueden manifestarse como dolor persistente. Finalmente, factores psicológicos como el trastorno somatomorfo o el estrés crónico también pueden causar o exacerbar la percepción del dolor en las piernas sin una lesión física aparente.
Diagnóstico del dolor de pierna
El diagnóstico del dolor de pierna comienza con una historia clínica detallada, en la que se exploran las características del dolor (inicio, localización, tipo, intensidad, duración y factores agravantes o atenuantes), antecedentes médicos relevantes (traumatismos, enfermedades crónicas, infecciones previas) y síntomas acompañantes como fiebre, pérdida de fuerza, entumecimiento o cambios en la coloración de la piel. La exploración física es clave y debe incluir la evaluación de la marcha, inspección visual, palpación de estructuras óseas, musculares y vasculares, así como pruebas específicas para identificar lesiones articulares, tendinosas, neurológicas o vasculares.
Para confirmar el diagnóstico y descartar causas graves, pueden requerirse estudios complementarios según la sospecha clínica. Las radiografías permiten identificar fracturas o alteraciones óseas, y la ecografía es útil para evaluar tejidos blandos y vasos sanguíneos (por ejemplo, en casos de trombosis venosa profunda). Como técnica de diagnóstico por imagen más avanzada, la resonancia magnética brinda detalles sobre músculos, ligamentos, nervios y estructuras articulares profundas. También pueden solicitarse análisis de sangre en caso de sospecha de infección o enfermedad inflamatoria, y pruebas como el índice tobillo-brazo para valorar enfermedad arterial periférica. Los estudios a realizar dependen completamente de la potencial causa subyacente, y siempre deben realizarse bajo recomendación médica.
Tratamiento
El tratamiento del dolor de pierna depende directamente de la causa subyacente identificada durante el diagnóstico. En casos de origen musculoesquelético, como distensiones, esguinces o tendinitis, se suelen indicar medidas conservadoras como reposo, aplicación de hielo, compresión, elevación (método RICE), antiinflamatorios no esteroides (AINEs) y fisioterapia. En lesiones más graves como fracturas, luxaciones o roturas ligamentarias, puede requerirse inmovilización, cirugía o rehabilitación prolongada. Si el dolor es de origen nervioso, como en la ciática o la neuropatía, se utilizan analgésicos, relajantes musculares, neuromoduladores (como la gabapentina) y terapia física.
En los casos vasculares, como la enfermedad arterial periférica o la trombosis venosa profunda, el tratamiento puede incluir anticoagulantes, vasodilatadores, cambios en el estilo de vida y en ocasiones intervenciones quirúrgicas o endovasculares. Las infecciones requieren antibióticos o incluso drenaje quirúrgico si hay abscesos. Las enfermedades metabólicas o autoinmunes se abordan con medicamentos específicos como inmunosupresores o fármacos hipouricemiantes. En todos los casos, el abordaje debe ser integral, adaptado a las necesidades del paciente, e idealmente acompañado por cambios en el estilo de vida como ejercicio adecuado, control del peso y abandono del tabaquismo para mejorar la recuperación y prevenir recurrencias.
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